martes, 9 de agosto de 2011

Sin los sesentas de Winehouse




Desde su primer coqueteo con el demonio supimos que amaríamos su ridiculez mucho más que su música, su muerte tan predecible iba a ser la carcajada y en ese instante todos se llenarían de pulcro ante las drogas.

No era más que un ente de la década de 1960, nada nuevo pero sí deslumbrante, su dolor era familiar, era nuestro hígado; una popera que viajó en una máquina del tiempo, para tambalearse en medio de dos siglos.

¿Cuántas veces vimos morir a Amy? Siempre, pocas son las imágenes que reflejan una ventana viviente de su voz y sobre todo de sus ojos almendrados, los cuales mostraban a decenas de mujeres de décadas pasadas, féminas comunes odiando amar tanto el mundo; una lucha de machismos y feminismos.

También es cierto que se codeaba con figurillas de pop de este siglo, pero dejaba una mirada masculina que la llevó a manosear a estatuas como Quincy Jones y con su entrañable Mark Robson, siendo estos dos nombres, los que llevaron a Amy a revivir el delineador de mujeres pasadas como Lesly Gore.




Desojar sus costras es tan morboso y jugoso; todo comienza desde el peinado, un revoloteo que hostiga con cintas y moños enormes, recordando a las secretarias de esa época que iban al salón de belleza para obtener un peinado como las integrantes de The Ronettes o la misma Audrey Hepburn.



Sin embargo, la Amy del 2000 le quitaba todo el romanticismo y lo hacía un nido en su cabeza para matar sus condolencias, guardaba éxtasis, pudriendo de la manera más bella su cochambrosa imagen.

Las prendas pequeñas que formaban un cuerpo totalmente amorfo fueron la inspiración de un Karl Lagerfeld y de toda una palabra tendencial que decidió postergarse en los siguientes años en la moda: Vintage.

Tatuajes de anclas, princesas rotas, historietas de guerras y de lugares tan comunes, era lo que adornaban sus brazos llenos de inyecciones y morfina, haciendo una Amy totalmente autodestructible.

Sus caderas eran la voz de la misma Peggy Lee, iban al ritmo de su jazz cincuentero pero con un rock y un agradecido contralto que la dejó sin respiración, y es que era magnifico saborear una voz así junto a una imagen tan estremecedora y triste.



Una muñeca desolada, un nido sucio y latente, bien elaborado por modas, fotografías en blanco y negro, y amores fallidos; todo eso era Winehouse, quien fue aventada a la cultura pop. Tal vez nada increíble, pero vino a dejarnos un poco del pasado para ver como se suicidaba en el presente.

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